domingo, 13 de junio de 2010

El amor en los poetas latinos

Mateo Morrison
El imperio romano, a través del latín que se expandió por el mundo conocido, da continuidad a la cultura griega sin inmutarse.
La expresan en exámetros desde su propia realidad, creando una nueva poesía, que ya sea en la guerra o en el amor, incendian todo lo que le rodea.
Virgilio se había autoexigido tanto rigor, que no le bastaron once años para sentirse satisfecho de haber escrito la Eneida, salvada por Octavio de las cenizas, y que para Borges “la elección de cada palabra y de cada giro hace de Virgilio un clásico entre los clásicos”.
Otro gran poeta latino, Horacio, sentencia en su De arte poética liber que “el principio y la fuente para escribir bien es tener juicio”.
El tercer gran poeta latino, Ovidio, recomendará en su obra El arte de amar “Si alguien en la ciudad de Roma ignora el arte de amar, lea mis libros y ame instruido por sus versos”.
Catulo, Tibulo, Lígdamo, Sulpicia y Propercio, a través de sus poesías, llenaron de amor las catacumbas, el circo y las calles de Roma. Durante dos mil años el amor en la poesía latina se ha extendido por toda la humanidad. Sin legiones romanas a la vista ni ejércitos invasores fluyendo desde todos los mares, en todas las estaciones, con lluvias o durante la sequía, nos deleitan los versos de una tradición cultural inmensa. Dos momentos con una diferencia de centurias nos recordarán la gran poesía amorosa del mundo latino.
Propercio: “¿Tú estás loca? ¿no te detiene, acaso mi cuita? / ¿o es que valgo para ti menos que la gélida Iliria? / y ¿tanto te parece ése, quienquiera que sea, / que sin mí a cualquier viento quieres marcharte? / ¿Tú eres capaz de oír los rugidos del mar encrespado / y a dormir en nave dura de atreves? / ¿Tú, con tus pies delicados a hollar las escarchas caídas, / tú te atreves, Cintia mía, y a soportar nieves ignotas? / ¡Ojalá las brumas invernales pudieran su tiempo doblar / y quedara quieto el marino por unas Vergilias tardías, / y no se soltara tu cable en la arena tirrena, / ni una brisa enemiga se llevara mis ruegos!”.
Y Ernesto Cardenal, navegando a través de las palabras, dirá desde el idioma español “Te doy, Claudia, estos versos, porque tú eres su dueña. / Los he escrito sencillos para que tú los entiendas.
/ Son para ti solamente, pero si a ti no te interesan, / un día se divulgarán tal vez por toda Hispanoamérica… / Y si al amor que los dictó, tú también lo desprecias, / otras soñarán con este amor que no fue para ellas. / Y tal vez verás, Claudia, que estos poemas, / (escritos para conquistarte a ti) despiertan / en otras parejas enamoradas que los lean / los besos que en ti no despertó el poeta”.

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